Con José Ortega y Gasset tuvo Bergamín una relación fructífera, pero algo tardía, marcada también por momentos de disconformidad del inquieto escritor con el filósofo, lo que no fue obstáculo para que hubiera entre ambos un trato cordial y para que Bergamín lo reconociera, con el tiempo, como maestro. Debemos destacar esta circunstancia, ya que el pensador madrileño aglutinó a todas las jóvenes promesas del mundo intelectual en la Revista de Occidente, con la brillante excepción de José Bergamín. Él se encontraba en el grupo de escritores que Juan Ramón recomendó a Ortega cuando éste le pidió orientación acerca de los jóvenes que podrían colaborar en la revista que estaba gestando; sin embargo, se negó siempre a participar en la publicación de Ortega en una actitud que Nigel Dennis califica de “terca”, pues él mismo se automarginaba y se privaba de una de las salidas más seguras y prestigiosas para sus escritos. Esta postura de Bergamín dejaría en la sombra por mucho tiempo su condición de ser uno de los más prometedores prosistas de su época y, en la crítica, ha producido alguna que otra confusión, puesto que muchos no han resistido la tentación de situar a Bergamín entre los colaboradores de esta revista. Pero su firma sólo aparece allí en una ocasión, cuando se recogen los resultados de una encuesta en torno a Mallarmé (“El silencio por Mallarmé- Encuesta sin trascendencia” se publicó en el número 5 de noviembre de 1923). Bergamín consideró que sus reflexiones sobre el tema fueron publicadas por un “error administrativo”, debido a la amabilidad de Alfonso Reyes, que estaba encargado de la encuesta.
En julio de 1923 salió el primer número de la Revista de Occidente. Bergamín estaba estrechamente unido por aquellos días a Miguel de Unamuno y a Juan Ramón Jiménez; al primero había pedido su colaboración para los Lunes del Imparcial, como ya hemos expuesto, y además encarnaba para él al hombre entero frente a las adversidades, comprometido con su tiempo y que practicaba la escritura como medio de “inquirir verdad”; el segundo era el representante de lo que él llamó una “aristocracia popular”, diferenciada claramente del pensamiento de Ortega y cercana, según Sanz Barajas, a dos corrientes de pensamiento de la época, una neopopularista y afrancesada interesada en recuperar la lírica tradicional y otra de carácter germanista, elitista y pseudo vanguardista. A esto debemos añadir que Ortega y Gasset se encontraba entre los intelectuales que acataron la dictadura de Primo de Rivera después del golpe de Estado de septiembre de este mismo año.
Así, cuando Juan Ramón manifiesta a Bergamín las dudas que tiene sobre la marcha de la Revista de Occidente, que en un principio le había entusiasmado, no hace más que reforzar la decisión de su discípulo de no entrar en ella. El poeta le escribía en una carta del 9 de septiembre de 1923:
Ya le diré a usted lo de la dudosa, pesada y lijera Revista de Occidente [...]. Por lo que hasta ahora va siendo la revista, me parece que Ortega se equivoca —o que lo quiere hacer mal—. Fracaso le vendrá tarde o temprano: depende de la ‘resistencia’, de lo que él, sin duda, piensa que le va a dar el ‘éxito’. Ortega tiene todavía un público difícil, que sigue esperando de él lo mejor, y que respondería a su más alto esfuerzo; y él, inconstante, se echa en busca de ese público corriente de lo que él mismo cree desdeñar: la novelita, la divulgación científica, el ameneo periodístico de la moda, o peor del snobismo, y del ‘amor’. Este tipo de revista, fácil, que existe, y debe existir, en todas partes, no es Ortega quien la debe —ni la puede— hacer.
En enero de 1924, Bergamín publica en España un artículo donde cuestiona el concepto orteguiano de “deshumanización del arte” en relación con el teatro, y condena la estrechez de miras del filósofo, incapaz, a su entender, de ver arte moderno más allá de los tiempos que vive (“moderno para Ortega es desde Debussy (¿)” ). Bergamín vuelve a insistir en la necesidad de un arte popular y atemporal (“El teatro es popular o no es teatro, es otra cosa distinta —que puede ser literatura, mejor o peor, escenografía, música..., etc, para delectación de ‘minorías selectas’— “), lo que conlleva ciertas implicaciones políticas, y puntualiza que Ortega ha planteado una discusión sobre arte y literatura desde un punto de vista equivocado, el de la sociología. En esta cruzada contra la polémica “deshumanización” Bergamín se alía con Unamuno; en las primeras líneas de su artículo podemos leer:
Bajo el epígrafe, poco explicado todavía, de “La deshumanización del Arte”, ha iniciado Ortega y Gasset una especie de campaña, entre literaria y política, para convencernos de que el arte moderno no solamente es impopular sino que es antipopular, enemigo de todos y dedicado exclusivamente a unos pocos. Estos pocos, esta minoría selecta —que Unamuno ha calificado graciosamente de los ‘selegidos’— sería la única capaz de entender a los artistas actuales, buenos o malos, tributándoles su admiración o desdeñándolos silenciosamente, porque, según Ortega, la protesta indigna de algunos ante una obra de arte (¿moderna sólo?) quiere decir incomprensión, vulgar incomprensión que les hace reaccionar en contra de un modo violento.
José Bergamín había intuido que las ideas de Ortega eran un arma de doble filo, pues si bien intentaba explicar los fenómenos artísticos de la época, también habían creado la falacia, todavía existente, de que el rechazo del público “no minoritario” hacia una obra de arte, sólo obedece a la ignorancia de éste y a su estatus social. La suposición de que sea una minoría selecta la única que reconoce el valor del arte limita considerablemente el alcance del mismo y proscribe la posibilidad de que se “comprometa” con una mayoría.
Cuando Miguel de Unamuno recibe la noticia del destierro en febrero de 1924, Bergamín vuelve a cargar sus baterías contra Ortega por su pasividad ante la situación del escritor vasco. Con una serie de aforismos reprueba la actitud del filósofo, sumisa ante el dictador, en claro contraste con la valentía de Unamuno:
Unamuno, para pensar, se sale fuera de sí; Ortega y Gasset, para no pensar, se mete dentro.
El cabizbajo no está pensativo, está ensimismado.
Unamuno, el pensativo.
Ortega, el ensimismado.
En Los filólogos también habrá un lugar para Ortega y Gasset, que bajo un aspecto cómico por su vestimenta a la moda, aparece como el “cazador cazado”. Su intervención revela el prestigio indiscutible que gozaba Ortega; pero además, Bergamín hace hincapié en la vacuidad de sus discursos cuando le cede la palabra y se burla de su elocuencia:
—Digo que quiero ser amigo vuestro. Antes lo fueron los centauros; y yo soy, como ellos, un cazador. Me llaman filósofo, maestro, sabio, orador —pero ¿qué me importa?—. Yo siento en mí el impulso infrahumano, poderoso, el empuje de una misteriosa savia que me crea. Rasgad la corteza de una encina con vuestra pezuña vibrante, y sentiréis a su contacto un palpitar de corazón...
Bergamín en modo alguno desprecia la figura de Ortega ni cuestiona su importancia y su influencia entre los intelectuales de la época. Lo que desdeña es acaso la artificiosidad y la impureza de sus palabras, tan apartadas del cuerpo natural del lenguaje y de su asombrosa flexibilidad para la creación verbal. Si los académicos lo examinaban en exceso destruyendo sus posibilidades creativas, Ortega es un orador hiperbólico; por eso, en la comedia el mismo maestro Menéndez Pidal lo expulsa del Centro diciéndole: “¡Basta, Ortega, basta! No sigas manchando nuestros oídos con la impureza de tus palabras. No escandalices de ese modo nuestra bienaventurada inocencia. ¡Apártate, quítate de nuestra vista, y no vuelvas más a perturbar!”.
Sin embargo, hacia fines de la década de los años 20, el desmoronamiento de la íntima relación que mantenía José Bergamín con Juan Ramón y su creciente republicanismo lo acercan a Ortega y Gasset. Empieza a entender la importancia de sus iniciativas en el nuevo panorama político de la década que se aproxima y, como ha indicado Nigel Dennis, es este Ortega atento a esa realidad el que atraerá las simpatías de Bergamín. No olvidemos que una de las propuestas reformadoras de Ortega fue la fundación en 1930 de la “Agrupación al Servicio de la República” junto a Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala. Otros intelectuales compartirían las posturas políticas de esta agrupación, como Antonio Machado.
Estando así las cosas, Ortega y Gasset llega a ser una de las personas que de una u otra forma prestaron su ayuda y contribuyeron en la concepción de Cruz y Raya, revista que para algunos quería hacer la competencia a la Revista de Occidente. La actitud colaboradora del director de la segunda y los consejos y estímulos que Bergamín recibió del mismo desmienten esta consideración:
El primero a quien pedí consejo y apoyo, fue a José Ortega y Gasset, que dirigía su Revista de Occidente. Y lo encontré tan generoso que me añadió su propia colaboración personal para uno de los primeros números, colaboración extraordinariamente significativa, por serlo suya y por el contenido del texto elegido por él para dármelo. Otros detalles de su apoyo a Cruz y Raya podría contar, que lo fueron hasta en lo más significante y administrativo. Recuerdo una larga conversación que tuvimos en Santander, donde daba un cursillo de verano en la Universidad de la Magdalena, que entonces dirigía Pedro Salinas, mi inolvidable amigo [...]. Y fue Ortega, en aquella larga conversación, a la que Salinas asistía, el que con más entusiasmo me alentó en mi propósito, y hasta dándome argumentos favorables para convencerme cuando me veía indeciso o vacilante.
Ya en el segundo número de Cruz y Raya, mayo de 1933, se dedicaría una sección entera al filósofo, siendo éste el único homenaje a una figura del mundo cultural contemporáneo que se acometió en la revista. En octubre de ese mismo año, se publica la estimada colaboración de Ortega, el artículo “La verdad como consecuencia del hombre consigo mismo”. Este hecho deja fuera de toda duda que Bergamín no era para él ningún rival; en todo caso, fue el joven rebelde que se resistió a la atracción que suscitaba entre los jóvenes intelectuales.
En los años de la República Ortega vuelve a ser causa de disgusto para Bergamín, pues falta a la palabra que le ha dado de no hacer declaraciones injuriosas al Frente Popular a cambio de un salvoconducto que le solicitó para desplazarse a Londres.
Ya en el exilio americano, el filósofo se convertirá de nuevo en el blanco de los ataques bergaminianos contra los que se mantienen indiferentes ante las miserias y la tiranía reinantes en España, sin perder ninguna oportunidad para huir de ellas. En 1940 lo describe como un hombre “ensimismado” (encerrado en sí mismo), que escapa al compromiso social y político cada vez que regala sus palabras fuera de su país, en un artículo que titula, con gran sarcasmo, con unas del mismo filósofo pronunciadas en Buenos Aires en 1939: “Las cenizas de una voz”, a las que añade “Parábola de Narciso periclitante, la diablesa bestezuela, el crustáceo, la cacatúa, el oso maltés y la higuera o el Profesor Inalterable”. El trabajo en cuestión se cierra de esta manera:
Y así busca amparo filosófico, consolación y calma, en el país que le parece, por menos alterado, más propicio al salvador ensimismamiento. Y a este país ofrece, hablando en plata, aquellas cenizas de su voz para que con cuidado exquisito las recoja y las guarde. Pues sería estúpido, inhumano, cruel, lamentable, que pudieran perderse para siempre, aventadas.
Hacia los últimos años de su vida Bergamín recupera el pensamiento de José Ortega y Gasset cuando reflexiona sobre los tiempos que corren por su país. Una vez más dejaba constancia del lugar tan significativo que, pese a todo, siempre ocuparon los “maestros”.
no he podido leer completa la entrada, pero si he de decirte que me gusta mucho más este diseño de página...un saludo desde la tierra del viento...!!!!!!
ResponderEliminarBueno...Las entradas son un poco largas para leerlas de una vez, pero ahí están para cuando haya tiempo. Me alegra que te ahya gustado el nuevo diseño. Saluditos.
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