martes, 24 de mayo de 2011

José Bergamín y sus "maestros". Miguel de Unamuno y el "oficio" de escritor.


José Bergamín vio por primera vez a Miguel de Unamuno en una ocasión en que éste daba una conferencia en el Ateneo de Madrid, a la que el joven escritor asistió acompañado por su padre, don Francisco Bergamín. A pesar de que Unamuno fuera destituido de su rectoría de la Universidad de Salamanca en 1914 por don Francisco Bergamín, cuando éste desempeñaba el cargo de Ministro de Educación, el autor bilbaíno tenía una relación cordial con el hijo del ex ministro. En 1923 se le encargó a Bergamín la dirección del suplemento literario de los Lunes del Imparcial y, ante el reto de lograr colaboraciones destacadas de autores de su generación y de la anterior, comunica a Unamuno por carta su deseo de tener algún texto suyo que publicar. Este es el principio de una relación, no sólo epistolar, fructífera y duradera en la que siempre serán notas dominantes la admiración, el respeto y, casi, la devoción, de José Bergamín a su maestro, así como la tutela y el consejo de éste a quien es considerado su más fiel discípulo y heredero espiritual. En esos primeros compases como director del suplemento, Unamuno le ofreció un ensayo para una encuesta que proyectaba sobre el estilo, pero que no se haría realidad. Bergamín proponía a sus encuestados la siguiente pregunta “¿Qué es el estilo?”. A medida que la encuesta se conformaba decidió ampliar el enfoque de la misma acercándola ligeramente a los aspectos del arte que más le seducían y, para ello, añadió otras dos preguntas: “¿Qué es el clasicismo?” y “¿Qué es la crítica?”. De todos los materiales que consiguió, sólo ha llegado hasta nosotros la respuesta de Azorín. La reproducimos a continuación por la luz que arroja sobre las discusiones que entonces sostenían los viejos y los nuevos escritores frente a la búsqueda de un nuevo y original rumbo para las letras:

                Mi estimado compañero:
                Diré a usted, con toda brevedad, mi fórmula del estilo. El máximo de precisión con el menor número de palabras. No tengo otra idea del estilo. Detesto la sintaxis antigua. Debemos hacer lo que hacían los clásicos: reflejar directamente la vida; ellos lo hacían con sus procedimientos; nosotros estamos obligados a hacerlo con los nuestros. Conozcamos bien el idioma; pero no para ostentar caudal, sino para lograr la exactitud. Nada de construcción arcaica; ni nada de “vocablos anticuados o que muestren sospecha de artificio”, según decía Fray Luis de Granada, gran prosista... que escribía como en su tiempo, no como en el siglo XV. Cordialmente, Azorín.

        El 25 de febrero de 1925 aparecía en los Lunes la primera colaboración de Unamuno, “La manchita de la uña” y, el 11 de marzo, la segunda, su trabajo “La fe de Renan”. Luego le envió a Bergamín el ejemplar de El Cristo de Velázquez  que éste le había solicitado con los fragmentos que prefería se publicasen señalados. Si tenemos en cuenta que la primera colaboración de Unamuno es de 1925 y que desde principios de 1923 Bergamín ya se había puesto en contacto con él sin obtener una respuesta inmediata, podemos entender que el joven  no llamaría su atención hasta que cayó en sus manos El cohete y la estrella. Bergamín le manifestaba en sus cartas de 1924 su impaciencia por recibir su bendición, la de un autor consagrado, le pedía consejo y le anunciaba que le remitiría un ejemplar de su libro. El cohete..., contra lo que podemos suponer, despertó entonces reacciones diversas que llenaron a Bergamín de desilusión y desánimo. “Entre muchos silencios hostiles —escribe el 9 de febrero— y comentarios fastidiosos por equivocados, esperaba con cierta impaciencia alguna palabra suya”. Unamuno no tardó en contestarle y, además le dedicó un breve, pero sustancioso comentario, en el que interpretaba los aforismos de Bergamín en la línea en que éste los había pensado.
       El 20 de febrero de 1924, Unamuno recibe la noticia del destierro. Marcha a Fuerteventura y luego a París; desde allí parte para Hendaya, donde su discípulo lo visita en varias ocasiones. En el verano de este mismo año pasa con el maestro y Jean Cassou unos días trabajando en la traducción francesa de La agonía del cristianismo. Surge de aquellos encuentros la idea del hombre-fantasma que será recurrente en su pensamiento y en su obra. Desde este destierro escribe Unamuno una carta que marca buena parte de los presupuestos éticos y estéticos de Bergamín. La carta, fechada el 11 de abril de 1926, fue publicada en dos ocasiones y en ella podemos leer palabras como estas:

No hay más justicia que la verdad. Y la verdad, decía Sófocles, puede más que la razón. Así como la vida puede más que el goce y más que el dolor. Verdad y vida, pues, y no razón y goce, es mi divisa...


       Más tarde, escribiría al recibo del número 2 de la revista de Gerardo Diego Carmen, donde se publicaba “Carmen: enigma y soledad”, una carta en forma de amplia composición poética en la que plasmó las inquietudes espirituales que estos aforismos de Bergamín habían animado. Esta carta, fechada el 28 de febrero de 1928, apareció en el número 5 de la revista con el seudónimo fácilmente reconocible de “Un poeta enigmático y solo”. Unamuno consintió ver su misiva impresa, convencido por Bergamín, a pesar de que hacía tiempo había tomado una firme decisión en lo referente a la publicación de sus textos en España. Algunos meses después, Bergamín tributaría a su insigne maestro el libro La cabeza a pájaros: “A Miguel de Unamuno, místico sembrador de vientos espirituales”.
       La figura de Unamuno inspiraría algunas actitudes que tomaría la extraña revista de Bergamín Cruz y Raya. Su presencia en ella ya desde el comienzo se muestra de un modo simbólico en la sección inicial de la “Presentación”, la misma que Falla elogió en su telegrama, publicada en el primer número:

No es el propósito de esta revista, al asumir todas aquellas manifestaciones del pensamiento determinadas por la pura actividad del espíritu, el de dirigirse en un solo sentido, exclusivo y excluyente, de una actividad religiosa positiva y negativa, sino en independencia de ella, pues esta actividad espiritual que es, para nosotros, el catolicismo, está, como diría Unamuno, por encima y por debajo de todas esas manifestaciones del pensamiento: de todo ese conjunto, o conjuntos espirituales, que designan una cultura; y de la acepción misma, del propio concepto de la cultura...


       A medida que la publicación iba cobrando fuerza, la influencia y las deudas de Bergamín y Cruz y Raya con Unamuno serían cada vez más evidentes: las frecuentes citas de los artículos periodísticos de Unamuno y la postura combativa y disidente que Bergamín adoptaría frente a la situación nacional con su Iglesia Católica y sus políticos, son la prueba de esta paternidad compartida. En cuanto a la intervención directa de Unamuno en la gestación  de Cruz y Raya y su contribución al rumbo que iría siguiendo, conviene recoger esta afirmación de Bergamín:


...me ofreció su ayuda y colaboración fuera de la revista porque él no creía que debía hacerlo dentro no siendo católico. Primeramente, me dio los nombres de algunos, muy pocos, religiosos, para que colaborasen en ella. “Es muy difícil encontrarlos”, me decía. Después colaboró al fin él mismo con los estupendos sonetos que publiqué en el Aviso con las fotografías expresamente hechas para el almanaque de José Suárez en Salamanca... También me había prometido una antología traducida y comentada con los presocráticos. Unamuno venía frecuentemente por la revista.


       José Bergamín consiguió, después de expresar en varias ocasiones a Unamuno su deseo de publicarle algo, con preferencia en forma de ensayo, que el polémico escritor le remitiera la ansiada colaboración. Se trataba de cuatro sonetos dedicados a José Ortega y Gasset y llevaban por títulos La Mañana, La Estrella Polar, La Sima, La Palabra/ Padre, Hijo y Espíritu Santo. Probablemente no eran lo que Bergamín esperaba de Unamuno y le plantearon problemas a la hora de integrarlos en la revista. Por estas fechas quería evitar una competencia innecesaria con las revistas que editaban sus amigos y que eran puramente literarias, principalmente con Los Cuatro Vientos, y por esto se había puesto de acuerdo con ellos para no publicar ninguna poesía española contemporánea en Cruz y Raya. Aunque los sonetos aparecieron, al fin, en El aviso de escarmentados, el almanaque de Cruz y Raya de 1935, es notable que durante varios meses consideró la posibilidad de incluirlos en un número extraordinario de la revista que quería dedicar enteramente a Unamuno y, para el que contaba con una anunciada colaboración de Ortega, y había pedido la suya a Azorín y a Antonio Machado. Sin embargo, este proyecto no llegó a ver la luz, ni siquiera se abordó otra empresa de las mismas características en Cruz y Raya.
       A pesar de la huella imborrable que dejó la figura de Miguel de Unamuno en la vida y en la obra de nuestro autor y de la devoción que sentía por él, sin contar con su revolucionaria aparición en escena en Los filólogos, Bergamín escribió muy poco explícitamente sobre su persona antes de 1939. Quizás las únicas líneas que nos hablan de él con anterioridad a esta fecha sean las que en su libro Caracteres se asientan bajo el título de “El evasivo”. No era necesario escribir de más para quien en todas sus páginas y con sus propias actitudes recordaba siempre al maestro.




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