jueves, 24 de marzo de 2011

Tradición y renovación poética en la obra de José Bergamín: introducción.

Cuando decidimos realizar esta investigación sobre José Bergamín apenas si conocíamos su actividad en torno a Cruz y Raya, algunos estudios críticos como los recogidos en el Homenaje a José Bergamín, preparado por Gonzalo Penalva Candela, y las ediciones de Nigel Dennis de la correspondencia de este autor con Miguel de Unamuno y Manuel de Falla.
En las páginas de Cruz y Raya advertimos muy pronto la variedad de temas que atraían la atención de José Bergamín, la amplitud de sus relaciones profesionales y de amistad, y la singularidad que representaba la revista dentro del nutrido panorama editorial de la década de 1930. Destacaba, además, su vínculo con la causa republicana y con todos los movimientos intelectuales que entonces se hallaban más próximos a un catolicismo de talante progresista.
Sin embargo, nos llamó poderosamente la atención la vuelta al pasado de la literatura española que emprendió la revista. La recuperación de la tradición literaria, más concretamente, de la literatura de los siglos XVI y XVII, mediante estudios y reediciones de los autores áureos proporcionaba, además, a Bergamín y a su promoción, una visión renovada de las creaciones del pasado.
Después de aquellas primeras apreciaciones y de habernos acercado a los ensayos de Bergamín, nos propusimos conocer cuál había sido la implicación de nuestro escritor en esa empresa de rescate del pasado literario enmarcada, digámoslo con José- Carlos Mainer, en un “proyecto de nacionalismo habitable” que se había gestado desde los tiempos de la Institución Libre de Enseñanza y del Centro de Estudios Históricos.
“Tradición y renovación poética en la obra de José Bergamín” fue el título elegido para esta investigación, a pesar de que podría resultar confuso o ambiguo. Por un lado, dentro del conjunto de la obra bergaminiana, nos habíamos centrado principalmente en los aforismos y en el ensayo, aunque los artículos, la poesía y algo de su teatro también son importante punto de referencia. Por otra parte, llamábamos “poética” a la labor de recuperación de la tradición literaria española realizada por Bergamín amparándonos en el sentido más amplio en que puede entenderse esta palabra, en el de “creación”, poíesis, ya fuera estrictamente literaria o de pensamiento. Además, el mismo José Bergamín, creyente católico y cristiano, llama “poéticas” a todas las actividades del hombre que demuestran su espiritualidad y su origen divino, pues su capacidad para “crear” en cualquier campo de la ciencia, del pensamiento y del arte humanos lo asemejan con su “hacedor”. Bergamín nos habla de “razón poética”, de “pensamiento poético” o de “fe poética”.
La ampliación de nuestras lecturas de la obra de José Bergamín precisó de una tarea larga y lenta para conseguir lo más importante y significativo: sus textos. La existencia de algunas antologías, que recogen parte de su dedicación a todos los géneros literarios, y la estupenda bibliografía presentada por Penalva Candela en el citado Homenaje a José Bergamín (1997), fueron de gran ayuda. Hasta la aparición del Homenaje, la bibliografía de nuestro escritor se encontraba dispersa en diversas y variadas publicaciones y en libros muy difíciles de encontrar, por lo que el investigador tenía que hacer un difícil camino antes de llegar a José Bergamín: rastrear a un escritor del exilio a lo largo de más de cincuenta años de actividad literaria e intelectual.
Descubrimos poco a poco a un escritor que había cultivado el aforismo, el artículo breve, el teatro, el ensayo y la poesía. Todo. ¿Cómo se podría abordar una obra tan extensa y tan variopinta en cuanto a sus formas sin exceder los límites que nos  imponía nuestro tema? De cada uno de estos géneros  se hubiera podido decir más de una palabra, pero debíamos acotar el campo de trabajo o nos veríamos desbordados por las múltiples posibilidades de los textos bergaminianos. El aforismo, el ensayo y los artículos críticos y de opinión fueron los elegidos para desentrañar la labor y el pensamiento de José Bergamín alrededor de aquella recuperación de la tradición literaria. La poesía y el teatro, por constituir manifestaciones escritas de lenguaje bien diferenciado, quedaron fuera del presente estudio, aunque en ocasiones hemos recurrido a ellos para apoyar nuestro discurso.
En la década de 1920 Bergamín está estrechamente vinculado a todo el grupo de poetas, de prosistas y de artistas que desarrollaban su actividad guiados por un marcado deseo de universalidad, pero también de afianzamiento y de reconstrucción de las raíces del pasado cultural. La afirmación de Nigel Dennis de que José Bergamín se situaba en el mismo centro de aquella promoción de artistas y escritores y de que su figura de ninguna manera era marginada, como lo fue años más tarde, nos empujó a profundizar en las relaciones profesionales y de amistad de Bergamín con toda la “joven literatura”. Hasta el gran desastre de la guerra civil de 1936- 1939 y del exilio, son incontables sus colaboraciones en revistas y diarios de entonces junto a los jóvenes escritores. Es muy significativa su activa participación en el centenario de Góngora. Asimismo, atiende con sus artículos a las obras recién publicadas de sus compañeros. Se destaca como director de Cruz y Raya, y más tarde dirige El Mono Azul, al lado de Rafael Alberti. Al otro lado del Atlántico proseguirá estas actividades y estas relaciones con gran ahínco y con la esperanza de volver a su España si cabe más fuerte y más identificado, aún, con su cultura.
De sus relaciones con los jóvenes escritores se desprenden dos notas fundamentales para el propósito de este trabajo: en cada uno de los pasos que da, ya sea como crítico, ya como creador, se adivina no sólo su incesante búsqueda de un arte universal pero arraigado en una tradición cultural concreta, la española, sino que también se advierte su ansia por descubrir las claves de un arte poético atemporal, permanente, el único que considera verdadero. Ésta será la orientación que seguirá toda su obra, aunque, como más adelante pudimos comprobar, la manera de lograr ese objetivo diferirá de la de sus compañeros.
Por otro lado, hallamos la posibilidad de estudiar su relación con los “maestros”: Unamuno, Valle-Inclán, Azorín, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna... De ellos es Miguel de Unamuno quien dejó más huella en Bergamín, el maestro cuyos pensamiento, actitudes y obra se revelan, a lo largo de la investigación, como elementos constitutivos de buena parte de la “sangre” que corría por las obras, las actitudes y los pensamientos bergaminianos. En este sentido, es importante señalar cómo el lenguaje bergaminiano, que renueva la tradición conceptista española, está motivado en gran medida por los presupuestos de Miguel de Unamuno en lo referente a la reforma y renovación de la lengua española.
Para situar a José Bergamín en el lugar que le corresponde en la literatura española del siglo XX no sólo resulta sumamente esclarecedor observar su obra a la luz del pensamiento y de los escritos tanto de los autores de su misma edad como de los mayores, sino que también atendemos a las posibles coincidencias de pensamiento con los pensadores modernos más inmediatos, entre los que sobresale Nietzsche. De la confrontación de los textos de Bergamín con todas las escrituras surgidas en la órbita de aquellos años anteriores a 1939, y luego desde el exilio hasta los primeros regresos, se extrae la certeza de que el autor estaba completamente inmerso en las coordenadas intelectuales y artísticas de su tiempo.
En sus aforismos, con los que da nueva vida a una vieja forma expresiva, se trasparenta, quizás mejor que en el ensayo, la poesía o el teatro, esa vinculación de sus escritos a sus “circunstancias”. Porque en ellos encontramos los temas fundamentales de toda su obra y la confirmación de buena parte de las lecturas que dejaron honda huella en todos sus textos.
En los años 30 el proyecto de recuperación de la tradición literaria de José Bergamín empieza a teñirse de acentos políticos. Su filiación a la República como forma de gobierno libremente elegida por el pueblo y conforme, pues, a la “santa voluntad” popular, lo llevan a tomar un camino tortuoso y difícil a la hora de continuar esa labor de rescate del pasado literario. Cobra entonces gran relevancia la idea de pueblo, alrededor de la que gravitará la búsqueda de las claves de un arte universal y atemporal. Este pueblo español aparece ya en los últimos años de la guerra civil caracterizado por su raza, su fe católica y su lengua. Como por arte de birlibirloque, estos elementos que la historiografía española, tanto liberal como conservadora, había empleado para inventar un concepto de nación, entran a formar parte del “oficio de escritor” de Bergamín. Con ellos ingenia un concepto de “españolidad” cuya razón de ser última es la fe católica que informa todas las creaciones poéticas y todas las manifestaciones populares desde los siglos XVI y XVII. Esta orientación, aprendida antes de la guerra civil de 1936, estará presente en toda su trayectoria.
La última escala de nuestro trabajo es el ensayo de José Bergamín. No cabe duda de que uno de los atractivos de sus ensayos, como de todos sus textos, es la prosa conceptista con la que construye su pensamiento. Sin embargo, dado que el lenguaje bergaminiano ya ha sido objeto de estudio en otras ocasiones, no atendemos a él más que cuando a través de algunas notas se puede ofrecer una visión más clara y más completa de cualquiera de los aspectos en que hemos basado esta investigación. Nos acercamos por ello a los ensayos de José Bergamín con la intención de desenmarañar los temas de la fe, la poesía, el teatro y el pueblo. Este objetivo nos conduce de nuevo a la “españolidad” inventada por nuestro autor.
Esperamos que José Bergamín no haya burlado en exceso nuestras impertinentes pesquisas y que podamos enriquecer aún más con este trabajo la dimensión que dentro de nuestras letras españolas del siglo XX alcanza hoy toda su obra y su firme y apasionada personalidad en los amplios dominios de la prosa.

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